Sufrimiento, dolor, agonía, impotencia… Las llamas devoraban inexorables las casas del pequeño villorrio, ellas mismas, sin conciencia alguna, parecían jactarse de la destrucción a la que estaban dando lugar… hogares de campesinos, de artesanos, de orfebres, toda una vida conseguirlo y tan solo unos segundos ver como sucumbían estoicos estos hogares hechos de piedra, madera y sueños.
El acero entrechocaba, se podían ver los destellos que proferían algunas armas, destellos de vida que vaticinaban el pronto quebrar de la maltrecha hoja, al igual que los escudos, dentro de poco romperían, caerían, pues los que ya yacían tendidos en el suelo no auguraban mejor desenlace.
El sonido de la brisa, el piar de los pájaros, el leve murmullo del fluir del agua en el rió sobre ese lecho de oscura piedra se había sustituido por los chillidos desgarradores de las mujeres que corrían y de los niños que morían al ser lanzados al interior de las casas en llamas. Los hombres exhalaban su último aliento antes de caer tendidos sobre la tierra mojada de su propia sangre y agua, con la mirada perdida, tendidos cual muñeco de trapo esperando que al menos los dioses sean más piadosos...
Y entonces empuñó la espada, la espada que hacía apenas unos segundos esgrimía con escasa habilidad su padre, espada que ahora había sido tomada de su mano inerte, fruto del hacha de ese hombre encapuchado, ese hombre que miraba bien pagado los estragos que causó su acero todavía rió más cuando vio lo que el chico parecía defender, dos mujeres abrazadas en mitad del salón, madre e hija, llorando la muerte de un ser querido. El joven les dedicó la que el sabía que iba a ser su última mirada, es por eso que estaba rendido a su destino. Ya no temblaba, ya no dudaba, su diestra aferró la hoja tan fuerte como si fuera su último aliento en vida, pues lo era. Oteó entre las ruinas del resto de casas, había más hombres intentando defenderse en vano, tratando de sesgar almas a golpe de piedra y rastillo. No pidió auxilio, no suplicó perdón, un hombre debe enfrentarse solo a su propio destino.
Tomó la hoja con ambas manos y respiró tranquilo, la hoja no temblaba, pues en él había paz, su voluntad era inquebrantable, pues confiaba en su habilidad y lanzó antes de abalanzarse sobre el enemigo enarbolando la hoja por encima de su cabeza sus últimas palabras al aire, la mejor hoja que alguien puede guardar sin necesidad de una vaina.
-¡Por la justicia! ¡Por la equidad! ¡Honor y Templanza! ¡Fé y no a la desesperanza!-.
Saludos compañeros... sin mas que decir... espero sorprenderos con nuevo relato aquí, en nuestro plácido remanso de parálisis mental.
Al fin mis quejas se oyen, al fin mis súplicas han dado fruto tras ocho años de trabajo, ya iba siendo hora de que el jefe me concediera ese aumento de salario, no lograba creer que solo faltara plasmar mi firma en ese papel para que se cumpliera. Y empieza a sonar esa maldita musiquita. ¿Un despertador en el despacho?, no, un despertador en mi cuarto, frustrador de todos mis buenos sueños, de todos mis logros imaginarios… Lo apagué de un golpe y resté unos segundos en la cama, no queriendo levantarme de ella, esperando poder vegetar unos minutos más, pero no puede ser así si quiero conservar el empleo…
En fin, sin encender la luz tanteo a oscuras con los pies, en busca de esas zapatillas de ir por casa, pero nada, descalzo me dirijo a la silla donde dejo preparada la ropa para el día siguiente y pongo rumbo al cuarto de baño, veamos cómo me trató la vida un día más.
Enciendo la luz y veo al mismo perdedor del día anterior, solo que con barba de un día más y más ojeras si cabe. Desganado, me dispongo a cambiarme cuando recuerdo que esta semana me han cambiado el turno y empiezo una hora antes, me acabo de cambiar a todo lo que dan mis brazos; cojo los zapatos, me los pondré mientras sube el ascensor, ni me preparo el desayuno, cojo las llaves y salgo escopeteado por la puerta cual alma que trajo el diablo… Buena manera de empezar el día, y esto es solo el principio.
Cuando finalmente llego veinte minutos tarde al trabajo, tras los quince kilómetros que me separan de la oficina, maldita la suerte, la primera persona con la que me cruzo es el jefe de personal, y como no, me vio sin afeitar y con la corbata a medio poner,yo pensaba acabar de arreglarme una vez entrara y fichara, pero el maquiavélico plan no iba a poderse desempeñar. Aquel hombre enrojecía por segundos al igual que hinchársele el pecho, si en ese momento hubiera tenido una aguja en la mano y le hubiera pinchado seguramente hubiera explotado como un globo de fiesta.
-¡Maldita sea Rodríguez! ¡Qué desfachatez la suya de presentarse en tan deplorable estado a su trabajo!-. Debido a los gritos algunos de mis compañeros empezaron a asomarse al pasillo para ver sobre quien se estaba descargando ese aluvión de chillidos. Para aquel entonces, el jefe estaba tan rojo como un fresón y no cejaba su empeño en continuar con la bronca, bronca que no tuve más remedio que soportar con la cabeza gacha.
- ¡Esto es una completa burla hacia el resto de compañeros que si que vienen en las condiciones idóneas a la oficina!, ¡Como esto se repita una vez no seré tan indulgente y la siguiente vez que pase esa puerta será con todos sus bártulos de camino a su casa! ¿Entiende?-.
- Si señor, lo lamento.- La primera mentira del día.
La cosa no parecía mejorar, pero al menos la gente había vuelto a sus quehaceres y tras los cinco minutos que precisé para arreglarme ya estaba atendiendo llamadas de los clientes cabreados durante todo el día, como siempre.
Finalmente se hacen las seis de la tarde, recojo mis cosas y como alma que trae el diablo me monto en el coche, pudiendo escapar al fin de esa prisión, enchufo la radio y pongo rumbo a mi casa, buscando algo de descanso reparador, enchufaré la televisión e indagaré esperanzado de encontrar algo decente entre todos esos canales de telebasura gratuita.
De repente, algo me hace salir de mi ensimismamiento, veo, tarde, una mancha negra en mitad de la calzada, doy un volantazo, pero lo único que logro es hacer que se deslice mejor, perdiendo el control del coche, miro hacia donde se va a producir la colisión, pero no la va a haber, puedo ver cómo lo único que hay más allá del quitamiedos es una caída en pendiente de una veintena de metros. De pronto… oscuridad…
Algo se ilumina en mi mente, y veo un niño pequeño caminando torpemente, sujetándose antes de caer en los pantalones de una preciosa mujer de cabellos dorados… mi madre, y mis primeros pasos, se ilumina todo, y es el mismo chico, mirando fijamente a una niña de su misma edad, se siguen mirando tímidamente a la par de se acercan sus labios y se juntan por apenas unos segundos… Lo siguiente son una buena cantidad de los que deben ser los amigos del mismo niño, todos jugando con un balón, corriendo detrás de él, disfrutando, riendo, pues ellos no tienen responsabilidades y son libres. Puedo ver ahora las llaves de mi primer coche, fue un regalo sorpresa para cuando me saqué el carnet, puedo ver también a la que fue mi primera novia, radiante, como siempre, mientras estamos sentados en la arena de la playa observando un amanecer de verano… La historia de mi vida a cámara rápida…
Quizás debería haber visto todo eso, haberlo sentido, mas no fue así… seguramente ya estaba muerto…
Siempre hay un poco de locura en el amor, pero siempre hay un poco de razón en la locura. - Friedrich Nietzsche________________________ Aportado por Mary, y gracias también por la cabecera del blog, te dare una celda con vistas a la playa
Prefiero el manicomio de la imaginación que la cárcel de la razón.
Que decir de mi...lo que soy..o como soy, deben decirlo las personas que me conocen y son capaces de dar una buena y fidedigna descripcion de mi, para todo lo demás, mastercard