viernes, 31 de octubre de 2008

Clara

Aqui teneis otro relato, digamos... de un ámbito policíaco también, y al igual que Diario de un sangrefría se trata de un relato corto, disfrutadlo.

Otra mañana mas… Tan solo son las ocho, y de nuevo, pululo calle arriba, escurriéndome entre la suave brisa hibernal… Un grito me hace salir de mi ensimismamiento, un hombre alto, castaño y de avanzada edad, se yergue tras el pequeño mostrador de esa vieja tienda. Como cada mañana, me hubiera tomado mi café, pero ahora no podía, continué avanzando, echando miradas hacia los estrechos y lúgubres callejones, que daban ese mortecino toque al barrio. De repente, otro sonido familiar era reconocido por mis oídos, el suelo empezó a empaparse poco a poco, y ese inconfundible olor a mojado llegó a mi nariz. Todo se repetía, igual que aquel día…

-Aquí debe ser…

Me hallaba delante de una majestuosa casa, de amplios ventanales, dos pisos de altura y toda ella con el ladrillo a la vista, dándole un toque bastante distinguido. El portal de la casa, esta precedido por dos enormes columnas, de mármol, que sustentaban el pequeño techo a dos aguas, cubierto de teja que guarecía de la lluvia al que estuviera debajo. Me acerqué a la puerta, y la golpeé dos veces. A los pocos minutos, y tras haber golpeado la puerta varias veces más, una mujer de unos veinticinco años abrió la puerta.

Debía de medir sobre un metro setenta, de rasgos finos, con una melena pelirroja un tanto encrespada y con unos ojos de un azul que sería capaz de quedarme embelesado horas mirándolos, los tenía un tanto enrojecidos, seguramente por haber estado llorando. Vestía un pantalón corto de color rojo, y una camisa blanca de unas dos tallas más que la suya, mientras que con una mano abría la puerta, en la otra tenía un pañuelo algo húmedo.

-¿Quién es usted?-preguntó.

-¿Buenos días, usted debe de ser Clara, cierto? Mi nombre es Ramón, y soy detective privado.- Dije mientras le enseñaba una identificación que siempre llevaba en mi cartera-. Quisiera poder hablar con usted.

-…Cla…claro…adelante.

Pasé dentro y nos sentamos en unos sillones, uno frente al otro. El amplio salón tenía la cocina al lado, y los separaba una pequeña barra, con mármol negro por encima. Diversas estanterías estaban repartidas por toda la estancia, todas ellas repletas de libros. Una enorme moqueta cubría gran parte del suelo, y una chimenea integrada a la pared daba un aire rústico y más acogedor.

-Dígame… ¿qué quiere?

-Estoy aquí por su difunto tío-. A la joven empezaron a temblarle los labios-. Siento mucho su muerte, sé que ha estado viviendo con él desde la muerte de sus padres, lo siento también por ellos…Al parecer la policía piensa que se trató de un robo que acabó mal, pero yo no pienso lo mismo, y como único familiar, me pasé a verla a usted. Debo confesarle, que días antes de su muerte me dijo que la vigilara, no me dijo más. No es difícil deducir que ahora pueden venir a por usted. – A la joven se le abrieron los ojos de par en par-.

Pensé que debía cambiar un poco el tema, parece ser que me precipité demasiado. Tantos años de trabajo y aún no lograba ser un poco sensible. Tras unos segundos de incomodo silencio me dispuse a ello.

-¿Clara, al final acabó bien su carrera, no?

Un poco atónita, contestó.

-S… si, estuve muy triste, pero no podía tirar por la borda el trabajo de tanto tiempo.

-¿Que estudiaba?

-Traducción e interpretación.

-Una buena carrera sin du… - me interrumpió al instante-.

-Si vino a hablar, no ande con divagaciones, vaya directo al grano, cuanto antes pase el mal trago mejor.

-Sí… claro –Hasta a mí me tomo por sorpresa esa reacción-. A lo que venía, creo que está en peligro, sabe de algún tipo de persona que su tío conociera, que no fuera de fiar… o alguna cosa que le contara fuera de lo normal, me sería de gran ayuda, quiero llegar al fondo del caso. Me pagó un dinero, y pese a que no esté entre nosotros, quiero ahora yo hacer algo por él.

Durante largos segundos, anduvo dubitativa, su rostro cambió.

-… Quizás tenga algo… espere aquí.

Subió las escaleras que daban al piso de arriba, y me quede esperando. Tras unos cinco minutos, y justo cuando iba a llamarla por si todo iba bien, se oyó algo romperse contra el suelo, y seguido a este un desgarrador chillido de la joven. Rápidamente, desenfundé la beretta que llevaba escondida en la tobillera y subí con cautela al piso de arriba.

-¿Clara? ¿Me puede oír?

No obtuve contestación alguna. Una vez llegué a el piso de arriba, había una puerta abierta a mano izquierda, con unas escaleras que bajaban, y torcían al final, parecía ser que daban a un sótano. Al ser la única luz que había encendida, me dispuse a bajar por el poco iluminado pasillo, pues no había ninguna ventana que permitiera al astro rey hacer aparición. Cada vez que pisaba, pese al cuidado que tenía al bajar, los escalones crujían. Me quité la gabardina, y la dejé en el escalón, tragué saliva, y apuntando hacia delante, continué bajando. Había un silencio sepulcral, tan solo me oía a mí, mi intranquila respiración, y los latidos de mi acelerado corazón.

-Ya me estoy haciendo viejo para esto. - Dije por lo bajo.

Cada vez la escalera era más oscura, pero cuando torcí, pase a un pequeño rellano y vi más escaleras que bajaban, y abajo del todo, otra bombilla, que alumbraba una amplia estancia, con una gran mesa de madera en el centro, el suelo estaba lleno de plásticos, por todos los lados. La baja potencia de la lámpara dejaba en penumbras la zona cercana a la pared. Pero aun así pude divisar a mano derecha un armario con puertas correderas, y al fondo a la izquierda, junto a otra puerta, se podía ver una habitación, con la puerta abierta, y el cristal de esta roto, con los fragmentos esparcidos por el suelo, una muy tenue luz se podía ver por el resquicio de esta. –Ahí hay una ventana- pensé. Respiré hondo varias veces y me acerqué cautelosamente.

Cuando estuve al lado de la puerta, conté para mi mismo hasta tres, me encaré a ella, y de una patada la abrí por completo, y ante mi asombro, vi la habitación vacía, no había nadie. Fui a darme la vuelta rápidamente, pero ya era tarde. Alguien saltó sobre mi espalda y me puso un gran cuchillo en el cuello.

-Demasiado lento. –Dijo una voz muy familiar, femenina, sin duda alguna la voz de Clara. Antes de poder mediar palabra, el acero empezó a cortar piel y carne, y no tardó en cortarme la tráquea. Sin fuerzas, con los ojos desorbitados caí de espaldas al suelo, con la beretta a un lado, y con las manos temblando, buscando alguna forma de ayudarme a seguir con vida.

-Maldito idiota. –Acercó su cara contra la mía, a escasos milímetros, mientras me hablaba-. Me lo has dejado en bandeja. Te vi llegar a la casa, se quién eres. Mi tío ya sabía que iba a por él, preparé bien la escena. ¡La policía se lo tragó! Pretendías ayudarle, y mira que has ganado, tu fin. Ahora sí, ¡toda la herencia para mí! Disfruta de las vistas… más tarde vendré a deshacerme de ti.

Se incorporo, y cuando ya casi se había ido de la estancia, me dijo las últimas palabras.

-¿Que tal la interpretación?-. Subió las escaleras mientras reía de una manera histérica… Y ahí me hallaba yo, tirado en el suelo, sintiendo como mi vida poco a poco se desvanecía, a la vez que la sangre se esparcía por el suelo. Intentando respirar, no podía, lo único que salía de mi boca, eran unos gemidos agónicos y el sonido de intentar coger aire, ahogado por mi propia sangre… era el fin… Ahora camino calle arriba, sin rumbo. Otra mañana mas…






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